domingo, 2 de enero de 2011

COMPARTIR ES DE BUENOS HERMANOS

Me estaba duchando, he resbalado y me he pegado una hostia con el borde de la bañera.

He quedado traspuesto (no llegué a perder el conocimiento) durante un nanosegundo, aunque yo lo he vivido como un espacio de tiempo mucho mayor. Ha sido como en la película ésa de INCEPTION cuando se meten en el sueño de un tío para incrustarle una idea, y cuanto más profundamente se metían más lentamente iba el tiempo en el mundo real. ¿Habéis visto la peli? ¿No? Entonces no entenderás una mierda de lo que estoy diciendo...

En fin, el caso, y aquí viene el núcleo argumental de esto que estoy escribiendo, es que en ese espacio de tiempo de un nanosegundo SE ME APARECIÓ DIOS Y ME ENCOMENDÓ QUE TRANSMITIERA UN MENSAJE.

¿Vale? Venga, ya lo he soltado. Sí, el hacedor supremo. Tuvimos un diálogo parecido a éste:

-Hijo mío, soy Dios.

-HOSTIAAAAA.

-Vengo a entregarte un mensaje para que se lo transmitas a tus hermanos y hermanas en la tierra.

-HOSTIAAAAA.

-Deja de repetir siempre lo mismo que pareces idiota.


Y, bueno, pues me dijo una cosa que se me quedó memorizada instantaneamente y sin esfuerso y que os voy a transmitir entre comillas (“”) para dejar claro que no es idea mía, sino SUYA. ¿Vale? Pues aquí va.

“Me encanta descargarme una película por internet y verla en mi casa. Y me encanta no tener que pagar ni un puto duro por ella.

Sí, ya sé que soy Dios y que soy omnipresente, omnipotente y todos los omnis que podáis imaginar, pero coño, a veces está bien disfrutar de la vida como un mortal más.

Hace años solía ir al cine con los amigos. Era una especie de ceremonia. Por aquel entonces en el día del espectador costaba unas 300 pesetas, y era genial. Eso sí era buen cine, con su argumento, su estructura, su ritmo, sus personajes creíbles e interesantes, sus diálogos... Terminaba la peli y te ibas a tomar una cerveza y a hablar sobre ella. Qué buenos tiempos.

Fue una época especial, en mitad de los años 80. En los primeros años de la década las salas de cine se llenaron de películas sobre movidas universitarias, albóndigas en remojo, venganzas de los novatos, porky's, una auténtica plaga (y yo sé de lo que hablo). La gente se hartó de tanta mierda y dejó de ir al cine. Por eso tuvieron que bajar los precios y poner el día del espectador, el día de la pareja... y rezar, rezar mucho para que, en alguna parte, a alguien de la industria cinematográfica se le ocurriera la idea de que el corazón de una peli es su guión, y de que estaría bien pagar un poco más por un buen guión.

Y así fue, más o menos. Llegaron las películas de acción del Stallone y el Schwarzeneger (o como se escriba, ¿cómo coño pudo triunfar con ese apellido?) y un montón más de clásicos como Top Secret, Aterriza Como Puedas...y la gente volvió a ir al cine. Y empezaron a ganar un montón de pasta en la industria. Y ahí se jodió el invento.

En lugar de cuidar la industria, se dedicaron a exprimirla para ver cuánto podían sacarle. Pusieron de moda meterse en la sala con un cubo de palomitas y un vaso grande de cocacola, y la mitad de la peli te la pasabas escuchando al de al lado masticar o sorber. O si no se te sentaba detrás la parejita de novios y escuchabas al chico contarle a la chica lo que estaba pasando en la pantalla (sí, ya sé que es raro, pero era así). O cuando ibas a ver una comedia tenías que aguantar a la pandilla de adolescentes que se dedicaban a soltar gracias y armar jaleo, y a nadie de la industria le importaba un carajo porque todos pagaban su entrada y ellos trincaban más. Un día les dió por poner antes de cada peli lo del aviso ése para que apagaran el móvil, pero lo mismo daba, a mitad de película veías al tío de delante viendo si le había llegado un mensaje, y en una sala oscura la luz de un móvil da mucho por culo.

Y de repente un día nace internet, un tío inventa la digitalización de vídeo, otro tío inventa la digitalización de audio y cuando menos te lo esperas resulta que para ver una peli no hace falta esperar meses a que la distribuidora tenga a bien estrenarla en españa (por supuesto doblada al castellano y si quieres versión original te vas al carajo) sino que esperas un rato y te la ves en casa tranquilamente. Adiós a la parejita de novios. Adiós a la pandilla de adolescentes. Adiós al idiota que come palomitas y sorbe cocacola. Adiós al inútil que se deja la cortina abierta y se cuela la luz y no ves la mitad de la pantalla. Adiós al niño pequeñajo sentado atrás que te pega patadas en tu asiento.

Y además, si es una mierda de película a ti te da igual porque no has pagado por ella.

De puta madre.

¿Y ahora vienen los de la industria cinematográfica y los de la distribuidora y los de las salas de exhibición lloriqueando porque nadie va a ver las putas películas al cine? ¿AHORA? Cuando nos trataban como a ganado y trincaban la guita todo les parecía bien pero, ¿AHORA quieren que cambie la ley y que el mundo vuelva atrás a los tiempos en que ellos mandaban?

¿Sabéis lo que pienso de ellos? Pues mira, como decía Larry The Liquidator, el personaje de Danny Devito en la película Other People's Money: “Who cares.” Es decir, “a quién le importa” o, dicho en román paladino, “que se jodan”.

Es más. Larry The Liquidator tiene un monólogo casi al final de la peli que es una obra maestra de la dialéctica moderna (la dialéctica es el arte de influir en la gente mediante la elocuencia y otras gaitas, en España hace años que no se usa) y os voy a ofrecer la transcripción del monólogo, traducida al castellano, adaptada al caso que nos ocupa y por un módico precio de cero euros.

Eso sí, si alguien me puede dejar el email de Danny Devito, les doy un euro al Devito y otro a quien me dejó el email. Ya veis que ahogo pero no aprieto... no, espera, era al revés... bueno, es igual.

ANTECEDENTES ARGUMENTALES de la película.

Resulta que Lawrence Garfield, más conocido como “Larry the Liquidator”, es un tiburón de los negocios de los años 80 cuya especialidad es coger una empresa, venderla a cachos, trincar los beneficios dejando a todo el mundo en la puta calle y largarse con viento fresco.

Llega a una empresa pequeña, compra la mitad de las acciones más una, e intenta venderla, pero la abogada del fundador de la compañía convoca una junta de accionistas para votar si la venden o le dan la patada a Danny Devito.

Durante la junta de accionistas habla primero el fundador de la empresa (Gregory Peck) que trata de convencer a los accionistas para que no voten a favor de venderla y no dejar así a un montón de familias sin sustento. Su discurso es muy bueno y se basa en argumentos como la fraternidad humana y la responsabilidad empresarial. Todo el mundo aplaude y lo vitorea, están a favor y parece que la batalla está ganada.

Y entonces habla el personaje de Danny Devito. (Recordad que lo he adaptado.)

“...El negocio audiovisual tal como lo conocemos está muerto.

Yo no lo maté, no me echéis la culpa a mí. Ya estaba muerto cuando yo llegué.

Es tarde para leyes, porque incluso si la ley funcionase y ocurriese un milagro y el euro hiciera esto y el dólar lo otro y las infraestructuras de las salas 3D se extendieran...seguiría estando muerto.

¿Sabéis por qué?

Fibra óptica. Nuevas tecnologías. Obsoleto.

Está muerto, eso está claro, pero no en bancarrota.

¿Y sabéis cuál es el mejor camino para llegar a la bancarrota?

Seguir obteniendo una participación mayor en un mercado que va desapareciendo. Bancarrota. Lenta pero inevitable.

¿Sabéis? Hubo un tiempo en que debía de haber centenares de compañías que fabricaban fustas para calesas. Y estoy seguro de que la última compañía fabricaba las mejores fustas para calesas de la historia.

¿Qué os hubiera parecido ser clientes de esa compañía?

Habéis invertido vuestro dinero en un negocio y ahora ese negocio está muerto. Tengamos la inteligencia -tengamos la decencia- de extender el certificado de defunción, coger el dinero del seguro e invertirlo en algo con futuro.

“Pero no podéis”, dice la industria, “no podéis porque tenéis una responsabilidad con nuestros empleados, con los productores, los actores, los distribuidores, los exhibidores...¿qué pasará con ellos?”

Tengo cuatro palabras para ellos: A QUIÉN LE IMPORTA.

¿Responsabilidad con ellos? ¿Por qué? Ellos no tenían una responsabilidad hacia vosotros. Os han estado chupando la sangre. Vosotros no tenéis ninguna responsabilidad hacia ellos. Durante los últimos 10 años no habéis estado haciendo más que invertir vuestro dinero en películas horribles.

¿Alguna vez la industria audiovisual dijo: “Sabemos que los tiempos son duros, vamos a reducir los precios y a invertir en ideas nuevas e interesantes”? Compruébalo, vosotros pagáis el doble que hace 10 años.

Y la industria audiovisual, a pesar del abaratamiento de costes gracias a la producción digital y a la calidad profesional de unos efectos especiales que cualquiera puede obtener a precio de usuario, continúa poniendo los precios al doble que hace 10 años.

¿Y la calidad de las películas? Una sexta parte que hace 10 años.

¿A quién le importa?

Os lo voy a decir.

A mí.

Yo no soy vuestro mejor amigo, soy vuestro único amigo.

¿Que yo no soy creador? Yo estoy creando el dinero que tú te ahorras.

Y no lo olvidemos. El único motivo por el que vais al cine es para entreteneros, no a sostener un negocio muerto. Queréis divertiros.

Yo soy vuestro único amigo, porque quiero que ahorréis dinero.

Coged ese dinero e invertidlo en otra cosa. Quizás tengáis suerte y lo gastéis en algo divertido y con futuro. Y si es así, crearéis nuevos empleos, apoyaréis la economía y, si Dios quiere, lo pasaréis bien.”

AMÉN, hijos míos, amén.

A continuación la escena en cuestión:


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